El Río Huéznar, también llamado Huesna, tiene su nacimiento en el acogedor pueblo San Nicolás del Puerto (Sevilla), procedente del acuífero kárstico de la vecina población de Guadalcanal. La población de San Nicolás se abastece de este río y es una auténtica delicia observar en el nacimiento, una piscina de aguas cristalinas de un metro de profundidad, cómo mana el agua hacia el exterior a modo de burbujas.
Antaño, en mis años mozos, antes de que la administración adecuara toda la zona y la dejara un poco menos salvaje, recuerdo aquellos días en los que, agotado por las largas caminatas de jovenzuelo excursionista, no veía la hora de llegar al nacimiento para hundir la cabeza entera en el agua y tomar un gran sorbo de agua fresca. Ahora ya no es preciso, existen multitud de fuentes en los alrededores que nada tienen que ver con las experiencias pasadas.
Sólo una vez, tras años de sequía, he podido vivir el secado del manantial, dejando apenas un charco estancado donde una viva rata de agua realizaba sus quehaceres cotidianos.
Un par de kilómetros más abajo, la Ribera del Huéznar sufre unas espectaculares caídas generando diversas cascadas de diferentes alturas, creando, con el pasar de los años, curiosas formaciones llamadas travertinos, debido al depósito de caliza disuelta del acuífero kárstico de Guadalcanal. Dichos saltos también provocan múltiples pozas, algunas con tanta profundidad que no es fácil llegar al fondo.
Ribera abajo, el agua discurre entre uno de los bosques de galería más impresionantes que podemos tener en nuestro Parque Natural Sierra Norte en el que son frecuentes Sauces, Fresnos y demás vegetación típica del bosque de ribera.
Ahora todo ha cambiado, pero antaño la zona era agreste, sólo conocida por las gentes del lugar y senderistas frecuentes. La acampada era libre y en fines de semana apenas nos juntábamos en la zona tres o cuatro tiendas de camping de unos pocos chalados que, a la luz de una candela nocturna, cantábamos canciones con el único acompañamiento de las guitarras. En “La Olla”, una de las pozas más profundas, nos bañábamos sólo aquellos que teníamos arrestos para enfrentarnos a las gélidas aguas que salían de las entrañas del roquedo, justo debajo de lo que, alguna vez fue una cascada, pero, por aquel entonces, estaba seca debido al desvío del agua hacía el brazo principal de la ribera.
Como todo, los lugares se desgastan, los excursionistas con alma de Boy-Scouts dejaron paso a la gente de ciudad que no era capaz de venir al campo a disfrutar del silencio, sino que se traían la ciudad consigo. Las guitarras fueron sustituidas por las radios, el agua por el alcohol y aquello se convirtió en lo que hoy llamaríamos “botellón” campero que terminaría, cada fin de semana, en las altas horas de la madrugada. Los tres o cuatro grupos de chalados del campo, que éramos, acabamos siendo en el lugar treinta o cuarenta tiendas, quizás más, como un mini poblado de chabolillas. Lo único que recuerdo con gracia de aquellos momentos era ver la cara del personal cuando, por la mañana temprano, como siempre hacíamos para salir a caminar, el ruido despertaba a más de uno que haría apenas una hora que se habría dormido.
La administración terminó por crear un camping en la zona y aquello volvió a la normalidad, aunque ahora habían llevado una fuente al lugar, habían puesto puentes, pasarelas, vallado, barbacoas, mesas y un sinfín de cosas que, si bien eran necesarias para el acceso de todo el mundo, quitaba la parte salvaje del lugar llamado en la actualidad "Área Recreativa El Martinete". Últimamente veo siempre el camping cerrado, quizás no merecía la pena insistir con él.
Fotográficamente hablando, las Cascadas dan mucho juego, especialmente si se quiere captar la fuerza del agua o, por el contrario, las cortinas sedosas si queremos jugar con la exposición lenta. Por desgracia, la zona adolece de mucha vegetación y maleza seca que lo ensucia un poco todo, de esta forma, es complejo no encontrase en una composición zarzales por cualquier lugar y diversas ramas secas siendo prácticamente imposible realizar un poco de limpieza previa a la fotografía. No obstante, siempre hay algunas cosas a tener en cuenta desde mi punto de vista;
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Debido a la cantidad de personas que visitan en lugar (hay mucha gente que sube para pasar el día y comer allí), es más interesante acudir fuera del fin de semana, así como en épocas menos propicias para excursionismo o bien, si no hay más remedio, madrugar mucho y estar allí prácticamente al alba dado que los visitantes tienden a llegar en torno a las 11 de la mañana, hora en la que será imposible sacar una foto sin que salga alguna persona en el encuadre.
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Los días soleados no son los mejores, la luz se introduce entre los árboles y será muy complejo manejar una exposición correcta dado que existirán sombras muy fuertes y luces muy duras.
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El uso del polarizador puede ser muy útil, pero tampoco es desaconsejable utilizar un filtro de densidad neutra para alargar la exposición y conseguir esa agua sedosa que tan bien queda, aunque el día sea claro.
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El uso de un buen calzado es primordial, pero aún así es fácil caerse ya que muchas rocas pueden ser muy resbaladizas, especialmente las cercanas al agua.
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No es recomendable cruzar el río, salvo que vaya con muy poco caudal y podamos aprovecharnos de las piedras emergentes. El río lleva mucha fuerza y, si bien no tiene mucha profundidad, una mala caída puede terminar en una tragedia, al margen de que, salvo en verano, no es grato un chapuzón en aguas heladas.
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En una de las últimas visitas, pensando que conocía la zona casi como mi mano, me llevé la grata sorpresa de descubrir una nueva cascada, la más grande de todas. Hacía años que bajé por la torrentera, pero como indicaba anteriormente, estaba seca, el agua la habían desviado al cauce principal y no caía por “La Olla”. Sin embargo, volvieron a darle paso y aquel cauce secó que yo conocía, ahora era un espectacular salto de agua con una gran poza por donde baja de nuevo el agua para juntarse, en una cascada, al agua de “La Olla”, donde sólo los valientes, incluso en verano, nos atrevíamos a bañarnos.