No debería tener muchos años, quizás 8 o 9 cuando, cómo a muchos de los que hoy amamos la naturaleza, Félix Rodríguez de la Fuente me cautivó con aquella mítica serie, “El Hombre y la Tierra”. Posiblemente, yo ya estaría destinado a respetar el campo, los árboles, los ríos, las montañas, los bosques y las marismas pero lo cierto es que mis ojos contemplaron un mundo maravilloso a través de aquella serie del que hoy, pasados unos cuantos años ya, todavía sigo enamorado.
Cuando pude ahorrar unas pesetas, de aquel entonces, me compré unos prismáticos, baratos, malos, mis Super Zenith 10x50 que, todavía hoy, los sigo usando. Con ellos y una guía de aves salía al campo a tratar de identificar esos seres alados que tanto me atraían para conocer sus costumbres, sus hábitos, para estudiar cómo eran.
El plano fotográfico me vino poco más tarde, mi hermana mayor me regaló mi primera cámara compacta cuando ya se daba cuenta de qué era lo que me empezaba a gustar cada vez más (quizás mi amigo Narciso y mi padre tuvieron algo de culpa en ello). Con ella, empecé a retratar mis primeros paisajes mal que le pesara a la familia que no entendía cómo gastaba los carretes en cierto tipo de fotografías cuando, lo más lógico, era aprovecharlos en algo más familiar.
Sin embargo, ya estaba atrapado, ya quería más. La pequeña cámara compacta me trajo mis primeras tomas pero era inútil cuando trataba de conseguir alguna imagen de algún pájaro de los que tanto había observado con mis viejos Zenith.
Con mi primer trabajo interesante decidí comprarme mi primera réflex con teleobjetivo 75-300mm, teleobjetivo que vendí apenas hace unos dos años. Los Rabilargos que con descaro piden para comer en Doñana fueron los primeros modelos al igual que algunas anátidas de parques cercanos tales como el Alamillo, en Sevilla.
Enseguida observé que el acercamiento que buscaba en la fotografía era impensable si no se realizaba a través del aguardo o escondite. Me compré un hide, que sigo usando en la actualidad, con algunas reformas, eso sí, pues no era más que un puesto de caza de perdiz. Sin embargo, siendo tímido como soy, no era muy amante de echarme al campo con él y, prácticamente, no lo saqué del jardín de la casa de mi madre. Así fue cómo tuve mis primeros escarceos con un Papamoscas Gris aunque, finalmente, el hide quedó guardado en el armario de casa porque no había mucha más fauna en el jardín.
Pasaron los años y descubrí el Digiscoping, fotografía a través de un telescopio, y esto me abrió muchas puertas, hizo renacer en mí, otra vez, esas ganas por fotografiar las aves cómo nunca. Ahora no era imprescindible la ocultación y tenía unas distancias focales espectaculares.
Tenía el telescopio, un flamante Leica Televid 77 que usaba para leer las anillas de PVC de multitud de aves, pero me faltaba la cámara digital. Mi primer error, me compré una Canon PowerShot G5, una auténtica cámara compacta para la época que, como ya observó mi buen amigo Paco Cuadrado, tenía funciones que ya las quisieran muchas réflex de entonces. Sin embargo no servía para digiscoping y hasta que no pude hacerme con una réflex digital, Canon 300D, no empecé a realizar fotografías, ¿mis primeros modelos?, una hembra de Tarabilla Común en la marisma Sevillana.
Empecé a relacionarme, a través de Internet, con multitud de personas con los mismos sueños, las mismas inquietudes. Muchos fueron los amigos que hice, algunos se fueron perdiendo pero la gran mayoría, hoy en día, todavía los conservo. Gracias a ellos perdí la timidez, desempolvé el hide del armario y empecé a tratar de acercarme todavía más a las aves y fui aprendiendo de todos y de todo, compartiendo anécdotas e historias.
No pasó mucho tiempo en darme cuenta que, en mi caso, la calidad que obtenía en la mayoría de las tomas era insuficiente, posiblemente por la combinación que usaba, un telescopio no apocromático, un ocular poco luminoso y una cámara con un objetivo, 50mm, con demasiadas trepidaciones al disparar. Entendí, entonces, que debía dar un salto mayor y con la ayuda de Javier y Rafael Ramos, junto con Ramón Navarro, pasé al teleobjetivo y al acercamiento máximo del que ellos son unos consumados expertos.
Todavía hoy sigo aprendiendo, en esta fase me encuentro y, supongo, no abandonaré nunca porque siempre tengo la sensación de que me quedan muchas cosas que aprender. Siento que soy un eterno aprendiz y por ello siempre escucho con oídos atentos, algo que haré siempre. Todavía hoy sigo creyendo que aquella serie fue un punto de inflexión para muchos, posiblemente a más de uno le quitó de otras cosas menos gratas que tienen nuestros días, harían falta, hoy por hoy, muchos más Félix Rguez. De La Fuente para que cambiaran muchas actitudes que tenemos ante la naturaleza que, queramos o no, nos afecta en la vida y en la de nuestra descendencia.
Agradecimientos
Con este pequeño trozo de texto, pero grande de sentimiento, quisiera agradecer la tremenda ayuda recibida, sin la cual, no hubiera sido posible haber llegado hasta aquí.
A Isabel Rodríguez por el grandioso esfuerzo realizado, por haber estado a horas echándome una mano, con ilusión, de manera siempre desinteresada, sin pedir nada cambio, sencillamente por ayudar. Sin ella este portal no sería más que una caricatura de lo que es en la actualidad. A Marcos Lacasa por abrirme estas puertas y darme la llave, por guiarme y dejarme hacer, por aprender, por su amistad. A Javier y Rafael Ramos y a Ramón Navarro, por los buenos ratos que pasamos “andurreando” por el campo “afotando bishos”, por aprender de vosotros, por enseñarme, por compartir los trabajos, los conocimientos, pero sobre todo los buenos momentos. A todos los amigos de Fotonatura que, en la distancia, me enseñan y me ayudan a realizar las cosas mejor. A mi familia, especialmente, porque a pesar de estar toda la semana prácticamente invisible por trabajo, me perdonan una escapadita del fin de semana para hacer lo que más me gusta sin ponerme malas caras, sabiendo que preferirían pasar el rato conmigo en casa.